Las paradojas de la ‘transformación digital’: retóricas, coacciones y posibilidades
Columna escrita para RH Management por Karol Morales, Doctorada en Psicología PUCV y Vicente Sisto, académico de la Escuela y el programa de Doctorado
Desde la década de los ochenta se ha hablado del creciente impacto que están teniendo las nuevas tecnologías en las empresas y otras organizaciones. Jeremy Rifkin, en 1995, incluso llegó a señalar que con esto podríamos estar frente “al fin del trabajo”. Sin embargo, el despliegue de las transformaciones tecnológicas en los distintos países ha estado lejos de acabar propiamente tal con el trabajo, aunque sí lo ha transformado radicalmente. Constantemente escuchamos que la transformación tecnológica, o transformación digital, es inevitable, y debemos adaptarnos a ella… y que las tecnologías imponen un orden que demanda flexibilidad y disponibilidad de parte de las y los trabajadores, lo que normalmente tiene como consecuencia, la propia precarización de sus condiciones laborales y de su relación con el trabajo y la organización. Sin embargo, frente a estas retóricas de inevitabilidad que suelen imponerse, es poco lo que se habla de la responsabilidad, y oportunidad también que esto podría implicar, más allá de generar más utilidades y una mejor relación con el consumidor. A través de esta columna queremos mostrar que los modos mediante los cuales las transformaciones tecnológicas pueden afectar a nuestras sociedades dependen en buena parte de cómo conjuntamente somos capaces de abordar estos desafíos generando incluso oportunidades para favorecer no sólo mejores condiciones de trabajo, sino que también de vida.
Las retóricas de la inevitabilidad
Normalmente se plantea que la transformación digital es en sí misma positiva y, por ello, también inevitable en el mundo que vivimos. Conceptos como innovación, adaptabilidad y cambio constante se han hecho parte de la nueva normalidad de la vida colectiva, como fenómenos evidentes y necesarios para el desarrollo. Sin embargo, pocas veces se menciona cuál es el contenido de ese desarrollo, qué es aquello que se nos propone como ideal a alcanzar y que supondría, por lo tanto, un estado mejor que el presente.
Y es que aprovechar las oportunidades derivadas de necesidades o requerimientos cambiantes de los consumidores exige a las personas poner todo su talento y su maleabilidad a cambio de un éxito momentáneo, transitorio, que pronto exigirá reiniciar el proceso de innovación y adaptación para, eventualmente, sostener el éxito obtenido en el proceso anterior.
La reinvención constante a que son llamados los trabajadores no es, por tanto, una elección (oportunidad) que de tomarse significará un retorno equivalente en mayores niveles de bienestar y garantías que les permitan organizar y proyectar sus vidas, sino que es un mandato que de no cumplirse los expone a la exclusión.
A esta demanda que forma parte de la fragilización del contrato social entre empleador-empleado, que organizaba la vida laboral y con ello la vida colectiva en el siglo XX, Richard Sennet la denomina la corrosión del carácter: los trabajadores son llamados a cambiar constantemente, asumir riesgos, adaptarse continuamente, sin contar con garantías ni certezas que les permitan proyectarse al futuro y organizar sus vidas con cierto grado de control. Esto altera las nociones de permanencia, de compromiso, la confianza en los otros, que habían sido fundamentales para la identidad laboral y social. La figura del trabajador portafolio, fuertemente promovida en nuestro país, sintetiza esta idea, con un trabajador llamado a ser un constante vendedor de su fuerza de trabajo, transitando de un vínculo laboral a otro, sin generar relaciones estables, obligado a sostenerse en su propia capacidad de movilización.
En el caso de la transformación digital, la centralidad de las necesidades y requerimientos cambiantes del consumidor, que justifica todo el esfuerzo de innovación y adaptación constante, invisibiliza las necesidades del trabajador – emprendedor o colaborador- e impide la discusión abierta y democrática en torno a los criterios de lo que sería una adecuada retribución por ese esfuerzo colectivo, y sus implicancias sociales. Sin embargo esta transformación, también puede ser una posibilidad para pensar y avanzar también hacia otras formas de pacto social en torno a cómo nos vinculamos con el trabajo, y, a través de éste, cómo construimos sociedad.
Abriendo posibilidades
Un proceso exitoso de transformación digital tiene que pensarse en el contexto más amplio en que tiene lugar. ¿Qué vínculo se ofrece a los colaboradores? ¿Qué impactos tiene ello en la propia organización de la sociedad chilena?
La narrativa de la transformación digital suele ser muda en relación a esto.
Los llamados a asumir los desafíos de la transformación digital, no sólo deben indicar que esto debe hacerse con las personas, pues es fácil comprender que el rol de estas es más bien la de adaptarse y comprometerse. Más allá de eso, es necesario, y es posible, utilizar esta transformación como una oportunidad para mejorar las condiciones de vida y trabajo. Diversos países han ido respondiendo con regulaciones, y mayor poder a sindicatos y otros colectivos, generando posibilidades de diálogos más horizontales entre ciudadanía, empresarios y fuerza de trabajo.
En efecto, la era disruptiva en que vivimos exige el diálogo entre distintos actores de la sociedad que resguarde la armonización de intereses, beneficios y costos, y requiere medidas que otorguen garantías de que el tipo de desarrollo que se promueve incluye al conjunto de la sociedad. En países como España, India u Holanda los programas experimentales de Renta Básica están intentando dar respuestas integrales a este desafío global. Chile también puede comenzar a explorar soluciones innovadoras e integrales a este proceso de transformación en curso. Es una oportunidad… pero también es una responsabilidad que tenemos al frente.